Mi mundo, ¿mi ciudad?

Gigantescos seres de hormigón y frío metal, erguidos ante mí en todas direcciones, parecen burlarse de mi insignificancia, yo, un ser al que podrían condenar a la desaparición con un solo movimiento, un mate al rey de mi partida, en la cual, los peones saltan y las reinas mueven, en un infinito baile de época.
Sus ojos, iluminados, hacen guiños a la intimidad de aquellos que, como yo, se sienten perdidos, olvidados ya en una tierra de acero y neones.
Un espacio que abarca mis sentidos, y en el que, sin embargo, me siento prisionero, atado, encerrado entre cuatro inexistentes paredes que me impiden percibir la realidad exterior, de la cual, al mismo tiempo, me siento tan a salvo.
En sus oscuras calles, en sus perdidas aceras, en esos rincones donde mis sueños afloran y mis sentimientos se cubren de melancolía, es donde me siento realmente yo mismo... lejos de esos autómatas errantes que cruzan miradas de desconocidos en un contínuo ir y venir, marabunta de almas que escapan de sus cuerpos por las noches y olvidan sus sentimientos al amanecer. Intento seguirlos en sus costumbres y rutinas y me siento absurdamente incapaz. Ignoro aquello por lo que se mueven, las direcciones que toman y por qué lo hacen.
Rostros inmutables con los que camino y de los que reniego, a los que me parezco tanto y me siento tan diferente.
Gigantescos seres de hormigón y frío metal, sin los que yo no sería nada.


E.S.S.E.E.C.
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